martes, 13 de enero de 2015

De niños y padres, de la tarea de educar

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En estos tiempos nuestras consultas se vuelven a llenar de pequeños pacientes aquejados de fiebres varias, catarros interminables y gastroenteritis. Generan mucha inquietud en los padres y no son pocas las veces en que acuden con sus retoños con episodios de escasas  horas de evolución.  Lo entiendo. Lo que me cuesta más comprender son determinadas actitudes, me explico: ¿por qué el uso del termómetro cuesta tanto a determinados progenitores?, ¿por qué ese temor a administrar una antitérmico o un analgésico cuando ya han constatado que es necesario, independientemente de que luego acudan  a consulta?, ¿por qué no se administra el salbutamol en un niño asmático conocido con una reagudización cuando en repetidas ocasiones se ha explicado el uso a demanda?,  ¿por qué traen al pequeño o pequeña, o no tan pequeño/a, en brazos cuando es perfectamente capaz de caminar y no tiene ningún impedimento físico para hacerlo?, ¿por qué no permiten que sea el propio pequeño paciente el que suba a la camilla cuando lo puede, y quiere,  hacer perfectamente?, ¿por qué no ponen un poco de calma y firmeza ante el pequeño cuando la exploración resulta difícil por el temor del niño?, ¿por qué les protegemos en exceso y les dificultamos madurar, crecer…?

Reconozco que me impaciento, tal vez en ocasiones demasiado…Criar, educar a nuestros hijos e hijas  no es tarea fácil: nacen sin libro de instrucciones y sin mando a distancia y, además, los padres y madres somos simples amateurs… Por otra parte, ya se sabe: a toro pasado, las cosas se ven diferentes y yo hace tiempo que dejé atrás esta fase de mi vida. En la tarea de educar somos muchos los actores: la familia, la escuela y toda la sociedad que rodea al niño es partícipe del hecho de educar. Es este un concepto complejo; más allá del diccionario y más allá de lo que digan los expertos en esta materia, me atrevería a decir que educar es dar herramientas para que el niño/a  adquiera habilidades sociales, intelectuales y emocionales que le permitan convertirse en un individuo adulto autónomo, capaz de cuidar de sí mismo y de los demás  y de tomar decisiones adecuadas para resolver problemas, capaz de reconocer y asumir  sus errores y aprender de ellos…por ahí va el tema, ¿no?  Claro, el asunto es ambicioso y nos lleva la vida entera (se queda siempre a medias) y nos vamos de aquí sin concluirla, siempre queda algo por aprender; la vida misma…Pero las grandes empresas son las más apasionantes y el aprendizaje empieza desde la cuna, ¿no? La tarea de educar deberá por tanto adecuarse en cada momento a la edad y las capacidades del sujeto, puro sentido común. No adelantarse pero tampoco perpetuar una determinada conducta más allá de lo razonable parece ser una actitud aconsejable. Nosotros, los sanitarios, tenemos la posibilidad de ser espectadores de muchas situaciones curiosas en relación al hecho de educar, la consulta es un lugar ideal para poder visibilizar actitudes paternas-maternas  que tal vez pasen desapercibidas a sus ojos y que no son del todo adecuadas. No somos propiamente educadores pero sí tenemos la responsabilidad de orientar en aspectos relacionados con la salud y entendiendo la salud bajo un concepto bio-psico-social el campo se amplifica más allá del simple enfermar físico. Lo difícil es aconsejar con delicadeza en situaciones en las que la botica de turno que prescribes es lo menos importante de lo que se cuece tras la puerta de la consulta, ¿no? Creo que no siempre lo hago bien. Sería más fácil no entrar al trapo y callarme mi opinión, pero me sale fatal. Con todo, insisto una y otra vez  sobre lo mismo: poned el termómetro, utilizad el sentido común y vuestros recursos para solucionar pequeños problemas de salud, etc, etc, etc…Y lo hago porque creo que es necesario hacerlo, porque si los padres no somos capaces de sujetar a un pequeño mientras medimos su fiebre, difícilmente podremos sentar nuestra autoridad en tareas  más complejas; porque si no somos capaces de administrar una medicación por encima del deseo del niño, ¿ cómo seremos capaces de negarle más adelante cualquier cosa que se le antoje?; porque si no somos capaces de transmitirle seguridad y confianza ante una enfermedad banal, ¿cómo interpretará más adelante el proceso de enfermar?...Se trata de darles herramientas, se trata de ayudarles a desarrollar sus habilidades, se trata se trata de ayudarles a superar sus miedos, se trata de acompañarles y no frenar su crecimiento físico y emocional.

 De modo que ante aquella madre que muy preocupada porque su niña de tres, casi cuatro, años seguía haciendo una deposición al día ligera sin ningún otro problema, y que me preguntaba sobre la alimentación y sobre la idoneidad de mantener o no sus biberones  mientras duraran las heces blandas, no me callé…La cría espabiladísima y en excelente estado de salud correteaba por la consulta mientras hablábamos. Le pregunté a la madre si su niña bebía el agua en biberón: ¡Noooo, me dijo, del vaso!  Ya, entonces, ¿por qué la leche la toma en biberón? Sus argumentos eran que ella, la madre, se quedaba tranquila porque así tomaba su ración de leche y además a la pequeña le gustaba mucho e incluso le consolaba de sus penas, lo pedía cuando estaba triste o enfurruñada. Y a ella le recordaba cuando era más bebita. Ya. Pues eso: que la niña crece, nos guste o no, que no le puedes pedir que lo haga solo para lo que nos simplifica la vida, ¡que crece lo quieras o no! , y que tienes que ayudarle y que tienes que enseñarle a utilizar otros recursos para consolarse de los sinsabores, y que es preciosa y lista y está deseando  aprender y que el biberón está de más… Y para terminar, que seguro que lo estás haciendo bien, que solo se trata de pensar y de aprender a la vez que tu niña, y de disfrutar de este camino que es, te lo aseguro, apasionante.

Escribo este post alentada por el compañero residente que me acompañaba en este caso; a él le pareció interesante el manejo de la situación. Debe ser que no lo hice del todo mal.

Y una cosa más: últimamente suelo recetar blogs pediátricos a los padres, como  Diario de una mamá pediatra o El médico de mi hijo, los dos me parecen escritos en un lenguaje sencillo y resultan muy adecuados también para los progenitores. Aquí y aquí hablan sobre el asunto biberón.

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