viernes, 25 de noviembre de 2016

Pensando en ti...

Lleva este texto unos meses, ahí guardado en el caos de mi ordenador...Dudando entre ofreceróslo o no, porque, claro, habla de mí y de los míos...Pero bueno, ya en una ocasión similar compartí algo parecido con vosotros y no encuentro motivos para no hacerlo ahora; después de todo, este es un lugar para compartir ciencia  (¡con humildad!) y emociones y además, quienes me conocen, saben que soy una nostálgica sin remedio...¡Buen fin de semana!

Pensando en ti

Escribo ahora que todavía no te has ido porque luego, cuando ya no estés, la tristeza se me enroscará en la garganta y la niebla en la mirada. Pero no: lo cierto es que ya te has ido. Recorro con la mirada tu habitación vacía; llena aún con tus cosas, con tu ropa, tus libros, tus fotos, pero vacía de ti y plena de tu ausencia porque, en el fondo, ya te has ido. Lo hiciste hace mucho, cuando tus sueños y el deseo de volar se hicieron hueco en ti con la frescura y la fortaleza de tus jóvenes alas. Yo tenía más o menos tu edad cuando me fui de la casa paterna y vine a esta…Esta desvencijada casa, desordenada, llena de cosas y, sobre todo, de recuerdos.
Creo que las personas deberían habitar a lo largo de su vida en, al menos, tres casas diferentes. La primera sería la casa en la que se nace; allí donde aprendes a hablar, donde se crea ese código de lenguaje especial entre los padres y la nidada. Allí donde se establecen las normas peculiares de cada estirpe, las mismas que luego irás rompiendo para moldear otras nuevas. Allí es donde se crean en gran medida las estructuras sociales, donde se delinean los caminos que más tarde recorrerás, eligiendo los atajos, desestimando algunas veredas y construyendo en definitiva el hermoso paisaje de nuestra propia vida…Almacenando códigos, ideas, propias y ajenas, que luego tirarás por la borda, haciendo propio el camino e incierto y desconocido el destino. Que no te lastre, guapo, lo que te hayamos dicho o no dicho en esta tu primera casa: que solo sea un dato más a tener en cuenta en su justa medida, nada más.
La segunda casa sería la que uno construye en su juventud; la que se disfruta en cada pequeña innovación, aquella que supone un proyecto. Se poblará de otras caras, de otras voces, de otros discursos que se escribirán con el paso de los años. Será la casa que contemplará el paso de la juventud a la madurez; se irá construyendo con las miradas, las voces, las risas y las lágrimas. La amarás por encima de ninguna otra, porque es la vida en su puro sentido. Será a la par tu refugio, tu esperanza y tu dolor; allí donde uno entra y se siente cómodo en medio del desorden de un mundo que a veces no entendemos. Será tu casa y tu gente. Tu nido.
Y de pronto, la vida te lleva y te das cuenta de que la parte, tal vez, más brillante de tu historia ya es pasado. Volverás a ver una y mil veces los rostros de aquellos a quienes más amas, pero nada es ya igual. Nunca nada es lo mismo. Y aunque amas estas cuatro paredes más que a ninguna otra, duelen demasiado. Deberías cambiar de casa.
La tercera casa sería la del sosiego, esa palabra que a mí me gusta tanto porque tanto me cuesta encontrarlo. Debería ser un espacio diáfano, desprovisto de enseres y con los justos recuerdos. Un espacio con mucha luz y pocos muebles; un viejo sillón y un puñado de libros y música, poco más. Y silencio.  Silencio para escucharte, para hablar con uno mismo, para perdonarte los errores y estimar, si acaso, algún acierto. Una casa para aceptar que el tiempo es buen aliado y que hacerse mayor no es, a fin de cuentas, tan malo; si acaso es descubrir un paisaje entre la niebla, nostálgico, tierno, y de bordes mal delimitados. Y soñar. Siempre soñar; colgarte del vuelo de una mariposa o del brillo de la estrella pequeñita que alumbra tu cielo y que forma junto a otras estrellas constelaciones en la inmensidad del universo.
No estoy triste porque te hayas ido, lo estoy porque me cuesta despedirme de esta mi casa y mi tiempo, y porque es difícil simplificar la vida, mucho más que transitarla.
 Estoy contenta y orgullosa contemplando tu vuelo. Solo un consejo: sé firme y resistente como un árbol hermoso, flexible como un junco y tierno como la mirada inocente de un niño; pero si tienes que elegir entre estas cualidades, elige la ternura porque nada es más firme y más flexible que el amor entendido como un compromiso hacia ti y hacia los que te rodean.
Vuela, sé feliz. Me atrevería a decir, moderadamente feliz, porque la felicidad inmensa y permanente a lo largo de la vida es un logro imposible; no así la moderada que nace de la capacidad de valorar y disfrutar de las cosas pequeñitas que te brinda el día a día.
Aquí estoy, pensando en ti…



Siempre que la escucho, veo tu cara...


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